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septiembre 26, 2009

Rostro resplandeciente


Como líderes debemos procurar una vida de santidad e intimidad tal que nuestra vida brille con la gloria de Dios

 

Texto Bíblico base: Exodo 34.29

¡La persona que pasa tiempo con Dios no puede evitar ser transformado! ¿Acaso algún otro pasaje ilustra mejor esta verdad? La intensidad del encuentro entre el profeta y Jehová había sido tal que hasta la piel del rostro le brillaba. Nos recuerda inmediatamente a la transfiguración de Cristo, donde los discípulos vieron «que sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún lavador de la tierra los puede hacer tan blanco»s (Mr 9.3). Es que este brillo no era meramente el resplandor de algo material, sino el brillo producido por la presencia de algo espiritual.

Cuando leo este pasaje, pienso: «¿A cuantos nos gustaría experimentar algo similar a esto!» Los que andamos en Cristo anhelamos tanto esa experiencia de cercanía al Señor, aunque sea que nos fuera concedido siquiera tocar el borde de su manto. ¿Qué se sentirá al vivir una experiencia como esta? ¿Podremos mantenernos en pie frente a semejante visitación de Dios?

Nuestra «envidia santa» de la experiencia que le fue concedida a Moisés, sin embargo, no repara en un pequeño detalle en el versículo que hoy compartimos. Y es que el profeta no sabía que le brillaba el rostro. Cosa insignificante, ¿verdad? En este detalle, sin embargo, encontramos parte del misterio de la transformación que obra en nosotros. Esa transformación, juntamente con las experiencias espirituales que la acompañan, no es primordialmente para nuestro deleite. Muchas veces ni siquiera sabemos que él está obrando en nuestras vidas. El objetivo de su obra es que los demás vean la gloria de Dios reflejada en nuestras vidas, no para que nosotros mostremos con orgullo nuestra madurez espiritual.

Por esta razón conviene que nosotros, pastores, examinemos con cuidado las motivaciones escondidas de nuestro corazón. Muchas veces encuentro que entre pastores hay un forcejeo sutil para ver quien recibe mayor honra en las reuniones y encuentros con otros líderes. El apóstol Pablo anima a la iglesia de Filipo a que no hagan «nada por egoísmo o por vanagloria» (2.3). La vanagloria es esa gloria que parece ser genuina, pero que en realidad no tienen valor alguno. Es el reconocimiento y los aplausos que vienen de los hombres, y no la palabra de aprobación que viene de nuestro Padre celestial. Como tal, está destinada al olvido.

Como líderes debemos procurar una vida de santidad e intimidad tal que nuestra vida brille con la gloria de Dios. Nuestra sola presencia testificará de la magnificencia del Dios que servimos. Pero sepa usted que ni bien tome conciencia de ese resplandor se desvanecerá. Nuestro buen Padre sabe lo rápido que nos enorgullecemos de lo que no es en realidad de nosotros. Por eso le fue dado a Pablo una espina en la carne. Para que la extraordinaria grandeza fuera de Dios y no del apóstol.

Para pensar:
Considere el siguiente consejo de uno de los grandes santos del siglo diecinueve: «Piense lo menos posible en usted. Aparte firmemente todo pensamiento que le lleve a meditar en su influencia, sus muchos logros o el número de sus seguidores. Pero sobre todas las cosas, hable lo menos posible de usted.»

Autor: Christopher Shaw. Producido y editado por Desarrollo Cristiano Internacional para DesarrolloCristiano.-

 

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